El cine histórico norteamericano de Paul Thomas Anderson

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En el cine de Paul Thomas Anderson se esconde a plena luz la observación constante de la historia estadounidense, de momentos de importantes adaptaciones y transformaciones sociales y generacionales mostradas a través de personajes y protagonistas en constantes crisis o batallas, internas o externas, por lograr pertenecer o encajar, por encontrarse o conectar con otros.

Los 70s y la industria porno y su evolución a los 80s en Boogie Nights, el nacimiento de doctrinas y creencias en la postguerra y las secuelas de esta en The Master, la épica del hombre que se construye a si mismo con esfuerzo y sacrificio y un imperio petrolero en There will be blood, el nihilismo y vacío existencial de un puñado de personajes interconectados en el ocaso de los 90s en Magnolia.

Inherent Vice (Vicio Propio en Latinoamérica) no es la excepción. Y en esta ocasión PTA decidió volver a trabajar en la adaptación de un importante novelista norteamericano para llevar esa historia al cine. Para There will be blood se trató de Upton Sinclair, ganador del premio Pulitzer; ahora es Thomas Pynchon, el misterioso y reconocido escritor que especialistas colocan como uno de los grandes novelistas americanos modernos al lado de Philip Roth o Cormac McCarthy.

Y al igual que con Sinclair, Anderson sabe cómo representar la muy singular prosa de Pynchon (compleja y de laberintos, con diversas líneas narrativas, con diálogos precisos y únicos) para poner en pantalla no solo la historia de este investigador privado bastante mariguano, Doc Sportello (Phoenix, en el punto preciso y totalmente transformado, como siempre), quien recibe la visita de su ex (Samantha Waterston en plan de femme fatale a la californiana) para pedirle investigue un curioso plan de un secuestro al cual la invitaron a participar (el posible secuestrado es el actual novio de la ex. Quien planea todo e invitó a la ex a participar, es la esposa del potencial secuestrado), sino la historia del momento en que en Estados Unidos, empresas, bancos y corporaciones plantaron la semilla de lo que décadas después sabemos sería su dominio del panorama social y económico. Una mirada a la puerta de entrada del capitalismo voraz que también representa al sueño americano y que se manifiesta en la creación y proliferación de estos nuevos magnates e imperios de bienes raíces o de otro tipo de negocios, con un factor extra en el aire: la adaptación social-generacional de los románticos 60s a los cínicos 70s. La despedida del sueño americano y su idílica suburbia nacida en los 50s, y la aceptación de una realidad compleja y agresiva (la Guerra de Vietnam en su apogeo, por señalar un referente), donde las diferencias entre grupos sociales se hacían más evidentes.

Con una barba de más de una semana, el cabello largo casi hasta la barbilla y la misma sonrisa que tenía la noche anterior al presentar por primera vez, en el marco del Festival de Cine de Nueva York, su más reciente película, Anderson se nota satisfecho y contento. Y notablemente entusiasmado, sentado en una sala de juntas de la Trump Tower, habla de las diferentes caras que le emocionan de este proyecto: el libro, la historia, la experiencia de la filmación, los aspectos técnicos.

Sobre la elección de esta obra, publicada en 2009, Anderson asegura, “Yo respondo a lo que me provocó leer a Pynchon. Leer esta novela. Y compartir un interés sobre lo que está observando, a lo que se está asomando, lo que sigue siendo relevante para mi hoy y él observó entonces y decidió contar ahora. Como Golden Fang (parte de la ficción de la película), esta organización misteriosa que parece siempre estar un paso adelante de los planes de los buenos. Un juego de títeres en el que crees decides y actúas, pero hay alguien más definiendo las situaciones.”

Las diferentes tramas y capas detrás de Inherent Vice hacen que sea una película con un amplio abanico de interpretaciones al verla como una experiencia. Es sobre cuestiones sociales tanto como es un film noir de una investigación, tanto como un filme sobre relaciones personales, extrañar y pertenecer, como una comedia negra, como un retrato-reflexión generacional-histórico. Esta diversidad de perspectivas para verla y re verla es algo que entusiasma a Anderson, quien afirma que “Para mi, el libro fue mucho sobre cómo extrañamos personas, y lo que hacemos en ese estado. Pero esa es una parte, un primer sentimiento. Después llegaron más ideas, y más curiosidades en otras cuestiones y personajes al volver a leerlo. Y eso es algo que me entusiasma en una película mía, que cada vez que la veas, sea como una charla distinta, por lo que uno cambia, por lo distinto que uno puede ver o conectar”.

Defensor del uso de la película de 35mm para filmar y no tanto del cine digital, Anderson mantiene una postura si bien tradicional, también respetuosa.

Sobre ver una película en 35mm, confiesa, “No quiero sonar demasiado hippie pero es la vibra, es algo vivo, que cada que se proyecta algo cambia, junta más polvo, se raya el negativo, etc. Y si uno cambia entre cada ocasión que se ve una película, la película también. Y siento que eso la hace viva para mí. Pero son detalles sin consecuencia en la historia y la película. Son preferencias y banderas que uno decide tomar. Pero nunca pretendería decirle a otros qué deben hacer o cómo hacer su trabajo (respecto a usar o no 35mm o digital), porque nunca permitiría que alguien me dijera qué hacer”.

Gracias al libro (a Pynchon) y a una notable interpretación de Joaquin Phoenix, Anderson cuenta también esta vez con una cinta cargada de humor, que sabe explotar las situaciones y premisas de este investigador quien duda si la paranoia que siente a ratos es consecuencia del extraño caso que investiga y las complicaciones encontradas en el mismo, o consecuencia del más reciente porro de mariguana que se fumó. O la paranoia de los hippies preocupados por el estado y el sistema.

En cualquier caso, esta clase y reflexión de historia norteamericana, de curiosos personajes, viene con risas garantizadas. Eso es algo nuevo, y que se agradece, en Anderson.

 

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