En Trainspotting 2, las preguntas siguen…

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Esta es una versión sin editar (y por lo tanto un poco más extensa) del texto que escribí para el número de marzo de Gatopardo. Se reproduce con su autorización.

 

La secuela de la mítica cinta de Danny Boyle de mediados de los 90 ofrece seguir lanzando a su público preguntas sobre quiénes somos y qué queremos hacer, pero con 20 años de experiencia de vida encima.

Por Arturo Aguilar

En el imaginario cinéfilo global, Trainspotting (Danny Boyle, 1996) guarda un lugar particularmente especial dentro de las referencias fílmicas que marcaron la última década del siglo XX: los 90.

Desbordante de energía y de ideas, y con un uso (en su momento novedoso y preciso) de una banda sonora creada con sencillos de Iggy Pop, Brian Eno, Blur, Pulp, Lou Reed, la película rápidamente se convirtió en un filme de culto.

En el fondo, Trainspotting era un honesto, crudo y desesperanzador retrato de la juventud a mitad de los 90. Lo mismo que la novela de Irvine Welsh del mismo nombre en la que estaba basada, y que se había convertido por mérito propio también en un fenómeno literario.

Es el reflejo de esa generación postmoderna cuyo hábito principal era cuestionarse todo. En todo su esplendor se mostraba el cinismo generacional de saber desde temprana edad que estamos atrapados en un sistema, y que nuestra identidad dependía de romper con los signos de conformismo y aceptación de entrar en esas convenciones sociales que veíamos en las vidas ahora adultas de las generaciones pasadas.

En esa deprimida Escocia florecen a través de Renton, Sick Boy, Begbie y Spud el nihilismo existencial, el hartazgo social, la aceptación de una realidad que limita y define y el poco romanticismo y esperanza ante el futuro, que decoran el pensamiento de esa generación reflexiva a la vez que indiferente e indolente. Jóvenes que odian al sistema y están dispuestos a aprovecharse del mismo para no tener que aceptar un trabajo y ser como los demás, y entonces poder hacer nada. No es que quieran cambiar el mundo, lo quieren dejar pasar. Y ante una realidad tan poco alentadora, al menos existen las drogas para evadirla.

Ahí, en una cápsula, está la generación que como Renton y Sickboy pueden hablar de películas y convertir la conversación sobre Sean Connery o los Oscar en una disertación sobre la realidad, la historia, el arte, la sociedad, etc.

El filme atinó hasta en el siempre peligroso uso de la voz en off o narración. En este caso, el recurso hacía eco perfecto de ese estado mental generacional de paranoia y constante cuestionamiento de todo los que nos rodea y qué puede significar como ejercicio básico de vida.

Este fue el punto de despegue de las carreras de Danny Boyle y Ewan McGregor.

Dos décadas después, Boyle y McGregor, junto a Johnny Lee Miller, Robert Carlyle y Ewen Bremmer están de vuelta en Edimburgo para arreglar algunas cuentas pendientes y permitirnos asomarnos a qué es de la vida de estos personajes, 20 años después.

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Trainspotting 2 (que retoma ciertas ideas de la novela Porno de Irvine Welsh pero no se trata de una adaptación directa como sí lo fuera el caso de la novela original y el filme en los 90), es un interesante paseo y reflexión hacia los recuerdos y la nostalgia, donde las preguntas sobre lo que hemos elegido y lo que debemos elegir siguen apareciendo constantemente en el camino, mientras seguimos observando y cuestionando lo que sucede a nuestro alrededor.

Boyle declaró que le preocupaba el caer en el exceso de nostalgia que hay alrededor de un filme así, y que sabía no podía tratar de repetir algo solo porque era lo que a muchos les gustaría porque en esencia, él mismo ya no era el mismo director que hace 20 años. Y eso es algo más que se agradece en la película.

Con una buena dosis de momentos que se conectan con milimétrica precisión con escenas de la película para satisfacer a los fans, la firma estilística de Boyle con su freeze framing antes del corte (algo que adaptó de Scorsese) y el reparto original en perfecta sincronía y entendimiento, Trainspotting 2 sabe cómo continuar con esa conversación mental mientras también sabe cómo reírse de que sus personajes a los cuarenta y tantos años jueguen con filtros de snapchat, traten de entender la gentrificación y los positivos cambios económicos en ciertos lugares pero no en sus vidas, y que descubran que en la vida adulta las preguntas sobre qué decidir o hacer, nunca dejan de seguir apareciendo.

La ironía y la realidad. La reflexión y la invitación a elegir, “Choose life!”.

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