Gabo y el cine

Este artículo fue publicado originalmente en el número de junio de 2014 de CinePremiere. 

 

Gabo y el Cine

Una frase del propio Gabriel García Márquez define mejor que ninguna otra su relación con el llamado 7º arte: «El cine y yo somos como un matrimonio mal llevado, no puedo vivir con el ni sin el».

Déjenme compartirles algunos pasajes de su vida que muestran su sentimiento hacia el cine y la influencia de este en su vida personal y profesional.

En 1954, el novelista y poeta colombiano Álvaro Mutis convence a García Márquez de trabajar como reportero y crítico de cine en el diario El Espectador en Bogotá. Labor en la que rápidamente destaca y en la que se nota su enorme cinefilia. Justo antes de mudarse a Bogotá, había participado activamente en la realización del cortometraje La Langosta Azul, junto a otros artistas e intelectuales de Barranquilla.

Un año más tarde, debido a la controversia suscitada tras la publicación de las 14 partes que conformaban el reportaje que a la postre se conocería también como libro, Relato de un náufrago, el diario decide enviarlo a Europa como corresponsal. Su primer encargo: la XVI Exposición de Arte Cinematográfico de Venecia.

Estando en Italia por unos meses, y deseoso por acercarse a la mítica Cinecittà (los reverenciados estudios italianos) y sus figuras, García Márquez se inscribió en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma con el apoyo del director argentino Fernando Birri.

La experiencia educativa le pareció en exceso academicista. Y él, entonces, quería hacer.

Se sabe que las últimas semanas en Roma, antes de trasladarse –de nuevo como corresponsal- a Paris, se las pasó aprendiendo con la profesora de montaje todo sobre la edición, que según ella, era la gramática del cine.

En esos meses en Italia, cuenta la leyenda que cuando le tocó ser tercer asistente de dirección en una cinta titulada Lástima que sea un canalla, protagonizada por su muy admirada Sofía Loren, nunca llegó a conocerla como tanto anhelaba ya que su labor se limitó a sostener una cuerda para que los curiosos no se metieran en donde se estaba filmando.

Por cierto, hablando de escuelas, fue con Fernando Birri con quien 30 años después (en 1986) cumpliría un gran sueño compartido: fundar una escuela para enseñar, producir y promover el cine latinoamericano. Birri y García Márquez son los fundadores de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, en Cuba. Un centro de formación donde además de los propios Pirri y García Márquez (y un ejército de académicos y cineastas latinoamericanos), podían ser tus profesores Francis Ford Coppola, Robert Redford, Constantin Costa-Gavras, Istvan Szabo o Emir Kusturica.

 

 

 

Gabo en México

La idea de hacer cine e involucrarse en este medio le quedó en la cabeza por varios años más. Hasta que a principios de los 60s, dejando la corresponsalía de Prensa Latina en Nueva York, con esa intención específica decide instalarse en México, y tras un rato de hacerle a la publicidad –de nuevo junto a Álvaro Mutis-, logra establecerse como guionista de tiempo completo de la mano del productor Manuel Barbachano.

Se unió a Barbachano cuando este era el responsable de los noticieros fílmicos Cine Mundial y Cine Verdad, donde también colaboraba Carlos Fuentes.

En esos años, 1964-1965, García Márquez se establecería como un importante guionista en el país, gracias en buena parte a tres proyectos.

La historia que daría pie al debut como director de Alberto Isaac, En este pueblo no hay ladrones, guión adaptado por el propio Isaac y por Emilio García Riera.

En ella, García Márquez participó como actor, interpretando, por apenas un instante, al vendedor de boletos de un cine. En el mismo filme es posible ver a Luis Buñuel de cura, a Juan Rulfo y Carlos Monsiváis como un par de jugadores de dominó y a José Luis Cuevas como un joven en un billar.

Barbachano, también productor de Buñuel, le había propuesto trabajar el guión de El gallo de oro (Gavaldón, 1964) junto a Carlos Fuentes, a partir de un cuento de Juan Rulfo. Otra joya referencial del cine nacional.

Finalmente, con un guión suyo trabajado de nuevo con Fuentes (en especial los diálogos), a partir de un argumento escrito por él mismo, llegó Tiempo de Morir, de un muy joven Arturo Ripstein, western a la mexicana sobre la historia de la búsqueda de venganza de dos hermanos, que a la postre inspiraría su libro Crónica de una muerte anunciada.

Este grupo de cintas le permitiría entrar de lleno a la industria fílmica nacional, con un sueldo que le permitiría no tener que dedicarse a otras cosas.

Así lo haría durante los siguientes años, hasta que empezó a cansarse de las exigencias de la industria, entre prioridades comerciales y las excentricidades artísticas de algunos directores.

Esta etapa daría pie al ‘retiro’ de 18 meses que lo llevaría a escribir Cien Años de Soledad, tras dar con la idea central para la novela, según se ha escrito y contado, en un viaje en carretera hacia Acapulco.

En ese momento, es probable que García Márquez se haya percatado que tal vez el cine no era el medio más adecuado para compartir las historias y el universo que se estaban formando en su imaginación como escritor.

 

 

 

Gabo en el cine.

Entre su experiencia a la italiana y sus años ya metido en el cine mexicano, García Márquez escribiría en Francia El Coronel no tiene quien le escriba. Según él, esa novela no era literatura sino cine, porque en esos momentos lo que él quería ser era guionista.

Sobre ella alguna vez afirmó que “La novela tiene una estructura completamente cinematográfica y su estilo narrativo es similar al del montaje cinematográfico; la novela se desarrolla con la descripción de los movimientos de los personajes como si los estuviera siguiendo con una cámara.”

Y a pesar de esas instrucciones, el cine le siguió debiendo a García Márquez. El cine ha sido casi por completo incapaz de trasladar a plenitud los escenarios y ambientes de sus historias y la dinámica y ritmo narrativo de las mismas.

En la memoria cinéfila, las adaptaciones hechas de sus novelas dejan un extraño sabor de boca y sentimientos encontrados. Para muchos, la prueba de que el realismo mágico literario que creó, no logra fluir correctamente dentro de las reglas narrativas del cine.

Crónica de una muerte anunciada, El Coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios y Memoria de mis putas tristes tienen su versión cinematográfica, y ninguna es particularmente célebre.

Baste recordar esa extraña mezcla de drama y romance mal logrado en que se convirtió la versión de El Amor en los tiempos del cólera con guión del sudafricano Ronald Harwood y dirigida por el británico Mike Newell, protagonizada por Javier Bardem, Giovanna Mezzogiorno, John Leguizamo, Catalina Sandino y Benjamin Bratt.

Así como Del amor y otros demonios, de la costarricense Hilda Hidalgo, que se pierde en sus intenciones históricas; o Memoria de mis putas tristes (del danés Henning Carlsen y con la adaptación a cargo de Jean-Claude Carrière) con Emilio Echavarría, que se queda a ratos en el exceso de contemplación y pierde el tono de la novela.

Quizás como lo pudo haber sospechado García Márquez en los 60s, sus historias necesitaban de un terreno especial para poder liberarse. Y ese terreno no era el cine, sino la literatura. Aunque su pasión por el 7º arte estuviera siempre presente.

Y aunque el cine le haya quedado a deber a la hora de adaptar sus novelas, eso no nos impide agradecer y valorar lo mucho que este colombiano hizo por este arte, y lo mucho que lo amó. Como él decía, como un matrimonio mal llevado.

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