En los límites de la naturaleza humana

Esta crítica fue publicada originalmente en el suplemento Cortometraje del periódico Provincia durante la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. Se reproduce con su autorización.

 

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Los festivales de cine son espacios perfectos para el descubrimiento de retratos complejos y atrevidos que muestran diferentes facetas de la naturaleza humana, vistas con una particular perspectiva o interés, o estilo, según cada realizador. Retratos que se complementan, que se contradicen o que se asoman a polos opuestos o a extremos de esta naturaleza de nuestra especie.
Son estas ventanas a lo que otros seres viven, hacen, piensan, y sienten lo que nos sorprende, agrada, provoca y hace reflexionar, reír o llorar.
Durante la actual edición del Festival Internacional del Cine de Morelia, dos filmes de estilos muy distintos, se asoman a muy interesantes extremos de nuestro comportamiento, a situaciones límite que incomodan, que hacen sentir al espectador con cierto desasosiego, o que proyectan nuestros más guardados deseos y fantasmas.

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Por un lado, Relatos Salvajes, del argentino Damian Szifrón, es una película atípica desde su propia estructura. Se trata de 6 relatos cortos que no tienen ningún puente o conexión en común, que no comparten personajes, pero sí un contexto de empatía global alrededor de las capacidades desarrolladas en la cotidianeidad por mantenernos dentro de las reglas y convenios de comportamientos sociales de nuestros tiempos.
En esta era de una galopante corrección política, se ve como peligroso, como extremo, a aquel que decide romper en algún momento con esas reglas.
Ese es el único común denominador de las historias: Qué pasa cuando nos hartamos de lo que nos rodea, de la hipocresía, la falsedad, la burocracia, la injusticia, el absurdo o la estupidez que todos sabemos pasean por el mundo pero que para mantenernos en orden, decidimos callar y no señalar.
No sé ustedes, pero yo en más de una ocasión me he sentido frustrado ante el absurdo de algún proceso burocrático, ante la falta de sentido común frente a una situación, ante la innegable estupidez de alguien que habla de lo que no sabe o no entiende.
¿Qué pasaría si en lugar de ser políticamente correctos en esos momentos, decidiéramos explotar? Si dejáramos que nuestro lado oscuro, nuestro Mr. Hyde saliera a la superficie y mandara al mundo al demonio.
Esas son las historias de Relatos Salvajes. Historias viscerales de arrebato y emoción, de enojo y venganza, de frustración y hartazgo. Ya sea a través de una trama sobre las verdades escondidas entre una pareja durante su boda, montando un espectáculo digno de convertirse en un viral con millones de reproducciones en YouTube o la explosión interna de quien no puede más ante un trámite y el poco sentido común que suele haber cuando se debe enfrentar a la burocracia.
De este modo, Relatos Salvajes sirve además como una divertida catarsis colectiva. Un sueño de un par de horas donde podemos vernos reflejados en esos personajes que en un impulso, deciden hacer lo socialmente impensable. Entre risas, es fácil descubrirnos viéndonos en esas situaciones, pensando que quizás hemos fantaseado con hacer algo así de extremo, que no pasa de ser solo un pensamiento. En este filme, esas ideas se vuelven realidad.
Al mando de este proyecto se encuentra Damian Szifron, destacado realizador argentino que ha sabido explorar exitosamente la narrativa en diferentes formatos (una película de 6 episodios independientes no es precisamente lo más normal en la industria cinematográfica), desde la divertidísima comedia Tiempo de Valientes, que repasa por momentos el cine de género con notable oficio, hasta Los Simuladores, serial de televisión tan exitoso con la crítica como con el público, que ha sido adaptado en diversos países, y que Szifron creó a inicios de la década pasada.
Hay otro logro no menor de Relatos Salvajes, y es su capacidad de conectar por igual en festivales que en la cartelera comercial.
Mientras se lleva premios y reconocimientos en festivales por todo el mundo, la cinta ha roto en argentina todo tipo de récords de asistencia. Hasta ahora, más de 3 millones de argentinos la han visto. En un país donde fenómenos de taquilla como Frozen o Maléfica alcanzan los 1.8 o 1.9 millones de espectadores, lo de Relatos Salvajes es un logro extrarordinario.

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En otro extremo del retrato humano profundo y reflexivo están los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne. Su filmografía está definida por una mirada cruda a las reacciones humanas ante situaciones límite.
En esta ocasión, en Dos días, Una noche, protagonizada por una extraordinaria Marion Cotillard, estos hermanos belgas nos enfrentan a una situación en extremo incómoda.
Sandra se recupera de una depresión, desea volver a trabajar, pero en la fábrica donde labora han descubierto que el trabajo de 17 lo pueden hacer 16.
A los 16 empleados los han hecho votar sobre si desean obtener una bonificación de mil euros o permitir que Sandra se reincorpore al equipo. El resultado no ha sido positivo para Sandra, pero el proceso ha estado sucio, por lo que logra convencer al gerente de hacer una nueva votación al siguiente lunes. Sandra deberá buscar convencer a la mayoría de sus ex compañeros de trabajo de que sacrifiquen un ingreso extra para ella poder seguir trabajando, necesidad imperiosa ante la situación en su hogar, donde dos ingresos son casi obligatorios para el mantenimiento de la familia.
Así acompañaremos a este peronsaje en un tour de force por toda clase de conversaciones y confrontaciones, en las que es difícil elegir bandos, ya que del otro lado también puede haber necesidades importantes que con esos mil euros serían enfrentadas o resueltas.
Sandra debe rogar y pedir ayuda a otros, humillarse un poco, mientras argumenta que comprende a quienes le dicen que no la pueden ayudar. Las situaciones son tensas, y se conducen hacia momentos de esperanza y empatía humana y apoyo emocional, a confrontaciones ríspidas y agresivas, donde el egoísmo o el pragmatismo se imponen. Ver cómo reaccionamos ante algo así, de un lado o del otro de la situación, no es cosa fácil, y por ese camino nos llevan los hermanos Dardenne.
La tensión y la impaciencia es palpable en cada momento, y no solo en la dinámica entre Sandra y lo docena de colegas laborales que visita durante el fin de semana, sino también en los momentos de Sandra con su familia, con su esposo que trata de apoyarla y animarla, mientras ella a ratos se ve inspirada, para minutos más tarde solo querer tomarse unas pastillas anti depresivas y meterse en la cama. Testigos de todo esto son también sus hijos, que suman a la complejidad de la situación cuando ven a su mamá pasar por crisis nerviosas o mientras intenta comportarse como una muy normal y convencional madre sin alguna preocupación extra en la cabeza.
El filme, inteligentemente, se guarda algunos ases bajo la manga hacia su resolución, sorprendiendo al espectador nuevamente con las posibles reacciones de los protagonistas a lo que sucede.
Por vía de estas dos películas, es posible asomarnos a estas ventanas de nuestros comportamientos más profundos en situaciones límite, que nos empujan a lugares incómodos o no naturales dentro de la dinámica social aceptada y políticamente correcta. Ya sea convirtiéndonos en un ingeniero harto de la burocracia y dispuesto a hacer algo para sentir un poco de justicia para él (el episodio de Bombita en Relatos Salvajes), o con una madre que debe pedir a otros que dejen de obtener un ingreso para ayudar a alguien más que necesita recuperar su trabajo.
Gracias a filmes así podemos conocernos más, reflexionar, reírnos, preocuparnos, proyectarnos y hacer un examen de conciencia sobre qué haríamos nosotros en situaciones así. Lo interesante es que la respuesta que cada uno se pueda dar, no será para nada, algo sencillo o cómodo de asimilar o aceptar.

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