La muerte de un faro y una biblioteca

Publicado originalmente en el número 90 de Rolling Stone México.

Dehesa en RS

La figura del cronista de la cotidianeidad, del observador agudo de los escenarios sociales que (para ese ojo experto de mente ágil) permiten el descubrimiento y la definición de los imaginarios colectivos, las costumbres e idiosincrasias de una sociedad siempre han sido bastiones necesarios para la evolución de una ciudad o un país.


No sólo se trata de la innegable capacidad de estas figuras de convertirse en analíticos espejos de las complejas dinámicas sociales, sino de su rol, a la vez, como conciencia (son en más de una razón y función, la figura Pepe Grillesca que señala lo profundo, lo viciado, lo enfermo, lo auténtico), como generadores de debates y acciones e incluso como máquina de rayos X de la política y de ciertos grupos sociales.


En un ejercicio muy personal, siempre he considerado estas figuras como Bibliotecas o Faros vivos. Referencias físicas y reales a las cuales recurrir en búsqueda de observaciones que suelen dejar mucho para la reflexión, la imaginación, el aprendizaje y la diversión. Todo en un solo paquete que sería la envidia de una catafixia de Chabelo.


Se trata de las voces del equilibrio, la sensatez, el humor y la inteligencia. Del Carlos Monsiváis que veía en nuestra fascinación por Gloria Trevi muestras indelebles de nuestra psique social y en nuestra relación con el entretenimiento y el poder, las consecuencias de años de vivir bajo ciertos regímenes políticos/sociales y sus singulares evoluciones.


Con su muerte, México perdió una mente aguda y quizás al mayor responsable de que en los últimos 30 años la cultura popular mexicana haya dejado la oscuridad y el ninguneo clasista para convertirse en cuestión de orgullo e identidad, de un sencillo y honesto nacionalismo y no de patrioterismos folklóricos del tipo publicitario televisivo: México es la fila de las tortillas, o México es el altar a la Selección durante el Mundial.


Acompañando la idea de una reciente entrada en el blog de Benjamín Salcedo aquí en RS, cuando supimos de la muerte de Germán Dehesa, sólo confirmamos que en México hoy queda poco que celebrar. Cada vez menos.


Germán Dehesa era al lado de Monsiváis, una de esas voces únicas y tan necesarias en México en estos tiempos. Crítico, tajante, mordaz, sagaz, profundo, con un amplio sentido del humor y la capacidad de entretejer en la invitación a apoyar a damnificados, las canalladas que hacía un servidor público o gobernante, los muy variados sentimientos que le provocaban los partidos de los Pumas y hasta el encuentro con sus amigos y familia sin perderse en el hilo, y , por supuesto, sin perdernos. Reinventando el lenguaje cotidiano, jugando con él de manera prodigiosa.


Fueron su humor y su capacidad de observación de los detalles mínimos, de los detalles de todos los días que pasamos por alto en el frenesí de la realidad, los que hacían de Germán Dehesa una referencia mucho más allá de la de un analista político-social. No se trata sólo de la pérdida para México de un respetado columnista, sino de un actor social protagónico, de un promotor cultural, de un mexicano ‘de a pie’ que sabía cuales eran los mejores tacos en el centro histórico y la mejor torta ahogada en Guadalajara, de un ensayista prolífico y de un amante de la literatura que compartía su total amor por los libros con un estilo que invitaba a la lectura.


Quizás sin ese halo de intelectual que sí tenía Monsiváis y a pesar de que su labor estaba enfocada mayoritariamente a los devenires de la Cd. De México, Dehesa fue también una voz de consensos y de ayuda nacional. De levantar la mano y ser el primero en auxiliar y coordinar lo que se necesitaba tras una inundación o un huracán en cualquier rincón del país.


Esas voces se necesitan hoy más que nunca.


En muchos sentidos, su muerte me hace pensar en la Alejandría de la mítica biblioteca y del Faro de aquellas originales 7 Maravillas del Mundo Antiguo.


No se trataba solamente de un espacio donde los libros eran venerados, rescatados y difundidos, se trataba también de un centro de enseñanza.


Germán Dehesa era una biblioteca andante, capaz de recordar pasajes precisos de infinidad de obras y compartir en minutos con un lenguaje lúdico lo más atractivo de estas. Era también el maestro a distancia de miles que acompañaban sus reflexiones y observaciones, que permitían el despertar de una conciencia colectiva. Era el faro luminoso que ponía nuestra atención en los temas de la agenda nacional que necesitaban acción y compromiso. Que nos mostraba los caminos claros y correctos para intentar llegar a un mejor puerto en el agitado mar que nos tocó vivir.


Hoy más que nunca, habría que recordar y no olvidar que tuvimos esta biblioteca y faro. Que su obra afortunadamente no ardió, ni desapareció. Lo triste es que con su partida, quedan ya menos faros a los cuales voltear o bibliotecas a las cuales acudir.


Más nos vale al menos recordar llevarle la cuenta de qué tal durmió a Arturo Montiel y que los viernes ‘toca’. Es lo menos que podríamos hacer por el Faro y la Biblioteca Dehesa.



 

 

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