2,197 días y contando… recordando un tsunami

… pero todo se andará. El progreso, como se reconocerá más tarde, es inevitable, fatal como la muerte. Y la vida. – Saramago

con Dim (Visser), en Koh Tao, Tailandia, unos días antes del tsunami.

con Dim (Visser), en Koh Tao, Tailandia, unos días antes del tsunami.

Tengo la teoría de que nuestro paso por este plano existencial y por este planeta es uno de los trabajos de guión más complejos que se pueden concebir. (y no. no creo que haya un ente o figura suprapoderosa, omnipresente y omnisapiente con un destino manifiesto para cada quién, escrito y preparado para que cada uno lo lea cual se le presenta sin la posibilidad de improvisar aquí o allá, cambiar pasajes, alterar sentidos y un largo etc.)

Para trabajar la complejidad de una vida en la estructura de un guión habría que considerar demasiadas cosas: la suma de una cantidad importante y elevada de variables externas + circunstancias, contextos y experiencias personales + cierta arbitrariedad (entre el azar y la suerte) sobre el ‘timing’, los momentos y los estados emocionales + un complejo marco social/cultural de asimilación e interpretación personal + vicios, traumas, gustos, preferencias.

Todo, claro, en una extraña simbiosis de constante mutación y reordenamiento.

Pero si algo me resulta cautivante de este gigantesco caldo de cultivo que es la naturaleza y la psicología humana, es la constante de los procesos.

Creo que somos la suma de infinidad de procesos y no una historia con un claro sentido de dirección y de identidad. Procesos de días, de semanas, de meses o años. Procesos que tienen que ver con aprendizajes, con autoconocimientos, con experiencias, con tristezas, con proyectos, con etapas, con edades, con parejas, con identificaciones, con prioridades en perpetuo reordenamiento.

Procesos que provocan que, según esta personal teoría, sigamos siempre cambiando, creciendo, definiéndonos, aprendiendo. Es posible minimizar estos procesos y permanecer lo más inmutables posibles -como si hubiéramos alcanzado finalmente la última versión de la actualización de nuestro software mental/emocional- pero creo no está en nuestra naturaleza.  Creo que nuestra naturaleza es un software en eterno estado Beta. Siempre ante la posibilidad de ser actualizado con más experiencia, información, recursos o influencias de terceros.

Con la llegada de un nuevo año según un particular calendario, muchos nos sumamos a una fantasía e ilusión colectiva de aprovechar los finales de ciclos para reiniciar, adaptar, cambiar o mejorar ciertos puntos de nuestra vida.  El mismo pretexto podríamos encontrar en febrero gracias al calendario chino o en abril en el nuevo año tailandés.

Pero como parte del imaginario colectivo que compartimos por cultura, educación, sociedad y un largo etcétera, estos Años Nuevo siguen siendo la ocasión en la que más se puede notar claramente nuestra relación con los procesos. Con las ideas de reinvención, con los aprendizajes adquirdos a través de buenas o malas experiencias y el sentido de re orientación de lo que no nos gusta cómo se va dando.

Solemos querer otorgarles temporalidad o caducidad a estos procesos. Que con el cambio de año se termine una tendencia determinada en una dinámica laboral o en una relación requiere más que el cambio de una fecha en el calendario. Y como se da en los procesos personales, son alteraciones paulatinas, en movimiento, mutantes a su propia velocidad. Un devenir; ser y dejar de ser.

Aplaudo y me gusta ver que amigos y desconocidos por igual buscan y encuentran en ciertas fechas y celebraciones (los años nuevo y los cumpleaños en especial brillan por su alto contenido de impulsos para ser puntos de partida o de un antes/después) estos momentos de reinvención necesaria. O atestiguar cuando uno de esos muchos procesos llega claramente a un fin o se cierra un ciclo. Los hay desde el natural duelo por fallecimientos o truenes hasta de aprendizajes personales y experiencias profundas o profesionales. De mediano y largo plazo. Algunos se empalman, se enciman.

En estos días, coincidiendo con la llegada de 2011, personalmente estoy cerrando un ciclo que llevó 6 años. Casi exactamente. Y no había caído en la cuenta de este momento hasta hace muy pocos días.

Hace 2,197días, en pleno Boxing Day de 2004 un terremoto en el lecho del Océano Índico provocó un tsunami de una fuerza destructora pocas veces vista. Costas en Indonesia, Malasia, Tailandia, Burma y Sri Lanka fueron arrasadas. Literalmente.

En esas fechas yo vivía en Tailandia, donde en resumen realizaba dos actividades: ser Divemaster en una isla de la costa oriental llamada Koh Tao y preparar con la Embajada de México en Tailandia una Muestra de Cine Mexicano en las principales universidades del país (programada para Marzo de 2005).

Sobra explicar que tras lo sucedido, y ante la magnitud del desastre (situación comparable con México tras el sismo del 85, o Haití y Chile en 2010), el proyecto de la Muestra fue cancelado.

Hasta esa mañana, en la que salí a bucear llevando a un par de alumnos y turistas a un arrecife cercano y conocido (aún recuerdo el nombre de los lugares a los que fuimos a bucear: Twins y Japanese Gardens), entre mis planes no estaba regresar pronto a México.

Poco tiempo le dedicaba a imaginarme en una circunstancia que no fuera la del momento: viviendo con mi novia en un bungalow a 60 metros de la playa, trabajando como buzo, colaborando con la Embajada para hacer algo sobre cine mexicano, preocupado quizás solamente por si la moto que usábamos para transportarnos por la isla tenía gasolina o qué película o partido de futbol de la Premier League pasarían por la noche en los restaurantes cercanos donde cenábamos con los amigos.

Estando del otro lado de la delgada península que en esa parte es Tailandia (esto es, una hora en auto te lleva de costa a costa), quienes buceamos en Ko Tao jamás percibimos algo anormal en nuestra inmersión matutina.

La tradición en Buddha View (el nombre de la escuela de buceo) imponía que a la hora del almuerzo, la diversa comunidad internacional de divemasters que ahí trabajábamos viéramos la BBC como nuestra vía de contacto con el resto del mundo.  Si algo importante sucediera en cualquiera de nuestros países, nos enteraríamos viendo el noticiero mientras comíamos. Lógico y pragmático.

La importante noticia de alguno de nuestros países nunca llegó. Afortunadamente.

Pero ese mediodía, en la BBC -al igual que en 2001 cuando había visto las torres gemelas derrumbarse en televisión y no creerlo- vimos cómo un fenómeno natural había destruido todo a su paso a tan sólo un par de horas de donde estábamos. Y donde eso había pasado, había gente que conocíamos. Gente con la que tomamos cursos o estudiamos, nos fuimos de fiesta o de buceo. Gente que nunca volvimos a ver o a saber de ella.

La escuela para la que trabajábamos tenía otra ‘sucursal’ en Ko Phi Phi –una de las islas más afectadas en Tailandia por el tsunami. Nada quedó de ese edificio de dos pisos completamente equipado. Nada que no fuera un montón de cascajo y deshechos no más altos que una mesa de comedor.

Lo supimos quienes un par de días después quisimos ayudar a quienes literalmente lo habían perdido todo, intentando ir a hacer labores de limpieza y apoyo en Ko Phi Phi. Las imágenes que recuerdo de esos días y esas horas no corresponden a nada que haya podido ver antes o después. El caos total, el olor a muerte y a destrucción.  Techos de casa flotando en el mar 20 kms. antes de llegar a la isla.  (por cierto, en pocos días se estrena Hereafter, la nueva película de Clint Eastwood, la cual abre con una impresionante secuencia del tsunami).

No nos llevó mucho tiempo (quizás un par de horas) darnos cuenta que en esas circunstancias, querer ayudar no es suficiente si no estás preparado para algo así.  Emocional, mental y profesionalmente.

Horas antes de que 2004 acabara, todos viajamos en silencio durante las 8 horas que nos llevó volver a Koh Tao.

Y ahí inició otro proceso. Impuesto por circunstancias totalmente ajenas a mi control o decisión. Lo suficientemente fuertes para saber que se trataba de algo que no dejaba espacio u oportunidad para hacer algo al respecto. Seguir en Tailandia había dejado de ser opción.

Para los primeros días de 2005, en el ferry que diariamente llevaba más de 200 o 300 turistas u viajeros a la isla, no había más de una decena de personas. Y esto era temporada alta.

Las prioridades del país cambiaron. Las de la gente. Las de los que nos contrataban y pagaban. Y así, lentamente, comenzó el éxodo de nuestra delegación internacional.

Aún pasé mes y medio más en Tailandia, hasta mediados de febrero. Viajando por el norte del país algunas semanas y después permaneciendo en Bangkok las últimas antes de volver a México.

Justo en la esquina de Khaosan Road, la mítica calle principal del distrito backpacker en Bangkok, y Jakrapong Road hay una estación de policía. Recuerdo perfectamente los 15 o 20 metros de barda de cada lado de la estación, tapizada de mensajes en una infinidad de idiomas con fotografías e información de contacto sobre personas desaparecidas y que sus familiares o amigos querían encontrar.

6 años han pasado de eso. A la inicial sorpresa vino la resignación del necesario regreso a casa. Y ahí comenzó un proceso de intentos y oportunidades, de reinvención del camino entre lo que uno quiere y las circunstancias permiten. Una eterna negociación entre lo que se quiere y lo que se puede hacer. Factores, ambos, que cambian constantemente conforme cambiamos nosotros, lo que vivimos, lo que hacemos y quiénes nos rodean.

El tsunami me mandó de regreso a México, y volví justo a tiempo para que en abril me hicieran una invitación profesional que me llevaría a vivir por el resto del año en Colombia como parte de un proyecto de Endemol (gracias al cual conocería a personas increíbles, como amigos y colegas). Lo que a su vez me llevó a buscar y aprovechar una posterior invitación a trabajar en Argentina.

No estaba escrito, ni era mi destino. Se construyó mientras sucedía, aprovechando o desaprovechando oportunidades aquí o allá en lo personal o en lo profesional, sacrificando unas cosas por otras. A la familia y los amigos por mis necesarias aventuras de aprendizaje y descubrimiento de otros lugares o mi constante curiosidad e interés por conocer más, por intentar o por no dejar pasar oportunidades que en el momento me parecían atractivas.

La distancia y el tiempo también pasaron factura. Siempre se sacrifica y se pierden cosas por intentar otras. Es un constante juego de equilibrio en el que por buena parte sólo tuve a bien ver el lado de las experiencias adquiridas en lo personal, solitario e introspectivo y no de las colectivas, de las que haces con amigos, parejas o con la familia. De las que vas construyendo con el paso de meses o anécdotas.

Por eso me identifico en exceso con los personajes de películas como Up in the air, Into the Wild, 2046, 127 Hours. Esos con quienes comparto el sentimiento de la soledad que es enormemente disfrutable (de la que se aprende de uno y con uno, por las buenas Y por las malas). Apartado de todo, alguna vez con nada más que una mochila en la espalda por meses, en lugares desconocidos.

Muchas decisiones han sido tomadas desde entonces. Renuncias, cambios de trabajo, de domicilio, de ciudad, oportunidades, relaciones, desencuentros. En algunas de ellas uno tenía más factores a considerar para tomar la decisión, en otras las circunstancias limitaban las opciones de acción.

Y todas han sido parte de algún proceso o de varios procesos más. Algunos más largos que estos últimos 6 años, otros de apenas meses o semanas, de índole personal o profesional, de cuestión reflexiva, lúdica o emocional.

Hoy despierto con el sentimiento de que ese particular ciclo que empezó hace 6 años, hace casi 2,200 días se está cerrando. No de la noche a la mañana, pero está por cumplir su parte y dar paso y espacio a otros que llevan rato, otros que inician o que estarán por hacerlo.

Estos más de dos mil doscientos días me han dejado mucho, me han llevado a un lugar en el que quería estar. Un lugar, mejor dicho, en el que yo decidí estar e hice lo que me correspondía para que así fuera.

No quiero que se entienda como que ya llegué a ‘alguna parte’ o ya encontré ‘respuestas de vida’. No lo creo. Este es sólo otro punto en el camino. Digamos que es un puesto de rehidratación en pleno maratón. Siguen apareciendo diariamente nuevas ideas, proyectos, planes, curiosidades y sentimientos.

Lo cual significa que todo seguirá moviéndose, mutando, cambiando, creciendo. En mí y alrededor mío (y espero, en la gente que me rodea… sé haré mi parte para estar rodeado de gente en constante cambio también).

Y eso, me provoca una profunda y personal alegría.

Un comentario:

  1. ¿Sabes qué me encanta de la filosofía budista? El que se vea al Ser Humano como un Proceso… eso a mí me parece tan lógico, tan congruente, tan cierto… así me siento YO. No soy nada, soy mucho y nada, puedo ser lo que quiera o no.

    En este infinito de posibilidades es maravilloso abrir los ojos y darse cuenta de que se está vivo y que todas las experiencias, esas dolorosas, divertidas o aparentemente sin sentido, es lo que nos van formando en el proceso o dentro del proceso…

    Nada, pues, que este texto lo tengo abierto hace uuuu y no quería NO comentarte y desearte un maravilloso 2011. Lleno de procesos que te sigan haciendo crecer.
    Un abrazo, vecino desconocido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.